La palabra religión significa re-ligar, reunir, unir otra vez -y esto, del modo más sagrado, el cuerpo con el alma y el alma con un infinito misterio que a veces lleva el nombre de Dios.
Para lograr esta unión, el individuo debe purificarse de ambiciones, de odios, de codicia.
Y las llamadas guerras religiosas son la antítesis de tal purificación: tienen que ver con el poder, con el sometimiento de un pueblo a las costumbres y modos de pensar y vivir de otro pueblo. Nunca un humilde creyente las alentó, sino reyes y primeros ministros, o bien pueblos enteros en desgracia que junto con el botín recaudado pretendían imponer creencias que de este modo se habían corrompido; nadie cree por la fuerza de una derrota, ni ningún vencedor cree realmente en algún dios o idea más que en su propia gloria.
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